IFIS LITORAL

El trabajo científico: entre la institución y la rebeldía

En reconocimiento al trabajo, dedicación y capacidad de Bernardo Houssay, cada 10 de abril, se conmemora el “Día del Investigador Científico”.


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129 años atrás nacía Bernardo Houssay, un estudiante brillante que dedicó su vida a la docencia y la investigación y que a los 71 años logra la creación del CONICET como corolario de una vida plena de realizaciones: a los 13 años se recibió de bachiller, a los 17 de farmaceútico, a los 23 de médico y a los 25 debutó como  profesor universitario. A los 60 años, por sus investigaciones en fisiología, recibió el Premio Nobel de Medicina, convirtiéndose en el primer latinoamericano galardonado en ciencias. En reconocimiento a su trabajo, dedicación y capacidad, cada 10 de abril, en la Argentina, se conmemora el “Día del Investigador Científico”.

Sobre todo esto el Dr. Pablo Bolcatto, científico del Instituto de Física del Litoral (CONICET-UNL) y docente titular de la UNL, ofreció una motivante charla relacionando la figura de Houssay con los orígenes del CONICET para plantearnos, a la luz del contexto histórico, una serie de interrogantes esenciales a la actividad científica y cruciales para el desarrollo presente y futuro en nuestro país.

La actividad, impulsada por el CONICET Santa Fe convocó a  investigadores, estudiantes, profesionales, docentes, técnicos y becarios de diversos institutos, con la idea de compartir un momento de intercambio y reflexión grupal.

La temática presentada bajo el motivante título de “El investigador científico: un rebelde institucionalizado”, comenzó con una pregunta (como dicta la curiosidad humana a la hora de investigar): “¿Qué decir en un día dedicado a reflexionar sobre la investigación científica?”.

Mucho, y mucho sobre el Dr. Houssay ya que su prolífico trabajo se desdobló entre los logros en su especialidad y también en sus quehaceres a nivel político-sectorial, sentando las bases de la actividad científica institucionalizada en nuestro país. Su extensa trayectoria universitaria culminó con la creación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, el conocido CONICET, institución del Estado Nacional que hoy reúne, en todo el país, a 26.ooo personas que con su trabajo hacen al desarrollo del saber científico y tecnológico en todas las áreas.

Estas dos facetas que vemos en la trayectoria de Houssay se plantean en la realidad de cada investigador, según Pablo Bolcatto: la tarea de campo y de laboratorio para buscar el conocimiento y la que remite a “dónde lo hacemos, bajo qué normas y cómo lo organizamos”. Esta dimensión, que refiere al contexto social e institucional en el que se trabaja, tiene que ver con el “hacia dónde vamos”, es decir, con el rumbo de la política científica. Entre ambas dimensiones se desarrolla el libre proceso de creación de conocimiento, pero enmarcado, ordenado y “disciplinado” dentro la sociedad que nos cobija y de las instituciones que nos contienen. Se da entonces una doble tensión entre el desafiar  y correr los límites permanentemente, para avanzar, y la pertenencia a un ámbito institucional, a una organización.

Para abonar la reflexión es elocuente la cita del Dr. Houssay: “Deseo que mi país contribuya al adelanto científico y cultural del mundo (...) que artistas y pensadores enriquezcan nuestra cultura y que su obra sea beneficiosa para nuestro país”. Esta afirmación tiene gran vigencia porque aún hoy cuesta a los investigadores científicos sentirse parte del entramado social. El ser parte de la cultura es un reconocimiento mutuo que como tarea se va dando pero trabajosamente, y si bien ha habido avances en los últimos años, queda mucho por mejorar en la forma en que nos vinculamos desde la institución con la sociedad.

El quehacer científico es intrínsecamente inquieto, polémico. El cuestionamiento es un ejercicio permanente que sirve como motor de búsqueda y de cambio, lo cual exige libertad, aún a veces corriendo el riesgo de ir contra lo establecido, arriesgando ser reconocido por el sistema. Otro gran investigador argentino, César Milstein, así lo planteaba: “El motor de la ciencia es la curiosidad con las preguntas constantes: ¿Y eso cómo es? ¿En qué consiste? ¿Cómo funciona? Y lo más fascinante es que cada respuesta trae consigo nuevas preguntas. En eso los científicos le llevamos ventajas a los exploradores, cuando creemos haber llegado a la meta anhelada, nos damos cuenta de que lo más interesante es que hemos planteado nuevos problemas para explorar”.

El científico tiene a la rebeldía entre sus actitudes básicas pero la misma debe coexistir con la preocupación cotidiana por obtener validez y pertenencia en su institución. Y aquí surge el gran interrogante sobre el rol del Estado como promotor y articulador de la actividad científica. Genéricamente, se puede decir que las investigaciones se hacen desde los Estados ya que son los que fijan las prioridades y los presupuestos. En nuestro país, el CONICET es una institución joven y en crecimiento que no ha cumplido los 60 años pero que desde sus inicios  ha ido generando parámetros, definiciones y normativas que establecen una orientación, una política que, lógicamente, refleja una concepción de país.

El CONICET que creó y dirigió Houssay hasta el final de sus días tuvo una impronta muy ligada a su trayectoria universitaria en la que alentó la creación de institutos, la formación en el exterior a través de becas y el ingreso a los estándares internacionales de calidad científica, pero sin olvidar un claro sentimiento nacional que lo mantuvo enraizado a su país. Los años demostraron que ésta ha sido una de las tensiones permanentes: el desarrollo de una supuesta ciencia neutra, universal, descontextualizada de la sociedad, y la idea primigenia de Houssay de que los intelectuales deben aportar decididamente a la sociedad de su tiempo.

En los años 60, al calor de la efervescencia de participación política en la universidad, nacieron intensos debates con epicentro en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, y a la par del crecimiento científico nació la discusión sobre “qué hacer con la ciencia en el país”. Nuevos pensadores de diversas tendencias de izquierda hicieron aportes que sirvieron como disparadores. Su principal exponente fue Oscar Varsavsky, que además de un gran científico en el área de química, al regresar de su exilio, se dedicó a la epistemología y filosofía de la ciencia, campos en los que realizó aportes muy valiosos que condensó en su libro “Ciencia, política y cientificismo”, en el que interpela el papel institucional del científico.

Varsavsky cuestiona las viejas dicotomías como “ciencias exactas vs. Sociales” o “puras y aplicadas”, planteando que estas falsas opciones convalidaban un esquema de pensamiento propio del sistema de poder de las potencias del Norte, y ante esto destaca la figura del “científico rebelde”, que resalta como aquel que usa todas las herramientas de la ciencia para abordar los problemas del cambio económico-social en todas sus etapas y en todos los aspectos teórico-prácticos. A esto llama “ciencia politizada” y la destaca como aquella que privilegia el contexto para que el trabajo científico se direccione a beneficiar a la sociedad, dejando de lado toda supuesta neutralidad.

Más allá (o más acá) de los intercambios y choques de ideas que se suscitaron entre “cientificistas y anticientificistas”, sigue hoy planteada la necesidad de un debate que valore tanto la importancia del quehacer y los avances de los individuos que hacen ciencia, como la necesidad de establecer una política científica desde el Estado.

Y la permanente reflexión se alimenta gracias a las preguntas: ¿hay que regular la actividad científica?, ¿con qué criterios?, ¿quién lo debe hacer? El establecimiento de estos criterios significa “institucionalizar “, con lo cual es claro que se debe establecer un esquema de equilibrio que permita un desarrollo lo más armónico posible del quehacer científico dentro de un direccionamiento, para lo cual están las instituciones que deben orientar la actividad científica para avanzar hacia una sociedad más igualitaria. Y establecer un direccionamiento significa abordar la necesidad de construir políticas científicas que apunten a favorecer los intereses mayoritarios.

Se trata de pensar y de interpelarnos como “individuos institucionalizados”  -sin margen para ingenuidades-, ya que se trata de decisiones que hacen a un modelo de país. Y como decía César Milstein, otro argentino Nobel:  “... tal vez el proceso de generación de conocimiento sea neutral, pero nosotros, como actores de ese desarrollo, lo hacemos dentro de una sociedad, en un determinado momento histórico y con la intención de mejorar dicha sociedad”.

Por el Lic. Lautaro Massa, ACS CONICET Santa Fe.

Charla completa en: Canal Youtube CONICET Santa Fe